domingo, 27 de febrero de 2011

Soledad 1.0

<<La peor soledad que hay es el darse cuenta de que la gente es idiota.>>
Gonzalo Torrente Ballester


jueves, 24 de febrero de 2011

Music Box


Tu voz es el eco del crujir quebrado
de todas las ramas secas que he pisado
en este camino junto a ti.

Y no habrá memoria lo bastante torpe
como para no recordarte,
ni corazón lo bastante roto
como para no acelerarse
al oir tu nombre, al mencionarte.

En mis sueños,
patinan mis labios sobre tus besos resbaladizos
sobre tus mejillas cinceladas hacen círculos,
y al caer el rocío de tus ojos fúlgidos
yacen los míos compungidos.

Y no habrá anocheceres lo bastante negros
como para no vislumbrar tu luz
ni madrugadas tan hermosas
como para no querer seguir durmiendo
donde quiera que duermas tú.

Por todo eso, aquí estoy
y una vida nunca es suficiente
(para dar más de lo que doy)
y la muerte no es tan hiriente
(porque sacia mi impotencia)
y aún limitadas mis palabras
(por las convenciones, la cultura, el tiempo, las creencias)
sé que la vida te da la cuerda y la música
la bailarina girando, las lágrimas de impaciencia
más no la rúbrica que llevamos impresa invisible
translúcida en mi corazón y el tuyo, hermanos
olvidando el lenguaje verbal y previsible
¡exaltemos las pupilas, el olfato, la lengua, las manos!

sábado, 19 de febrero de 2011

El Mendigo Y El Diamante

 
"Cierto día, el arcángel Uriel acudió a Dios con una expresión de tristeza pintada en su rostro.

—¿Qué es lo que te acongoja? —le preguntó solícito Dios.

—He presenciado algo muy triste —repuso Uriel al tiempo que señalaba el suelo entre sus pies—. Ahí abajo.

—¿En la Tierra? —inquirió Dios con una sonrisa—. ¡Oh! ¡No es que haya escasez de tristeza precisamente! Bien, veamos.

Se inclinaron juntos a mirar. A lo lejos vieron una figura maltrecha que caminaba arrastrando los pies por una carretera rural en las afueras de Chandrapur. El hombre era muy delgado y tenía las piernas y los brazos cubiertos de llagas. Los perros lo perseguían ladrando,pero él no se volvía para golpearlos con el bastón ni siquiera cuando le mordisqueaban los talones; se limitaba a seguir caminando, arrastrando los pies, cojeando sobre la pierna derecha. E un momento dado, un grupo de chiquillos apuestos y bien alimentados salieron de una gran casa exhibiendo sonrisas maliciosas para arrojar piedras al pobre hombre cuando alargó su escudilla vacía en petición de limosna.—¡Fuera de aquí, asqueroso! —gritó uno de ellos—. ¡Vete a los campos y muérete!

Al oír aquellas palabras, el arcángel Uriel estalló en sollozos.

—Bueno, bueno —lo tranquilizó Dios al tiempo que le daba una palmadita en el hombro—.

Creía que estabas más curtido.

—Y lo estoy —repuso Uriel enjugándose las lágrimas—. Sólo que ese tipo de ahí abajo parece resumir todos los problemas que siempre han tenido los hijos e hijas de la Tierra.

—Y así es —replicó Dios—. Es Ramu, y éste es su trabajo. Cuando muera, otro ocupará su lugar. Se trata de un trabajo muy honorable.

—Tal vez —dijo Uriel cubriéndose los ojos con un escalofrío—, pero no soporto mirarlo. Su dolor me llena el corazón de tinieblas.

—Aquí no están permitidas las tinieblas —advirtió Dios—, y por tanto debo tomar las medidas necesarias para cambiar lo que las ha cernido sobre ti. Mira, querido arcángel.

Uriel miró y vio que Dios sostenía en la mano un diamante del tamaño de un huevo de pavo.

—Un diamante de este tamaño y calidad alimentará a Ramu durante el resto de su vida y mantendrá a sus descendientes hasta la séptima generación —explicó Dios—. De hecho, es el diamante más valioso del mundo. Y ahora... veamos.

Dios se apoyó en las manos y las rodillas, sostuvo el diamante entre dos algodonosas nubes y lo dejó caer. Tanto él como Uriel siguieron su descenso con gran atención y lo vieron aterrizar en el centro del camino por el que andaba Ramu.

El diamante era tan grande y pesado que Ramu, sin duda, lo habría oído chocar contra el suelo si hubiera sido más joven, pero el oído no le funcionaba bien desde hacía varios años, al igual que los pulmones, la espalda y los riñones. Sólo su vista seguía tan aguda como la de un lince, como cuando contaba tan sólo veinte años.

Al subir una cuesta del camino sin percatarse del enorme diamante al que el sol arrancaba hermosos destellos, Ramu exhaló un suspiro antes de detenerse e inclinarse hacia delante sobre el bastón cuando el suspiro se convirtió en un acceso de tos. Se aferró al bastón con ambas manos, intentando sofocar la tos, y justo en el momento en que ésta empezaba a ceder, el bastón, un palo viejo, seco y casi tan gastado como el propio Ramu, se rompió con un chasquido; Ramu cayó al suelo polvoriento.

Permaneció tendido, mirando al cielo y preguntándose por qué Dios era tan cruel.

«He sobrevivido a todos mis seres queridos —se dijo—. Pero no a aquellos a los que odio.

Soy tan viejo y tan feo que los perros me ladran y los niños me arrojan piedras. Hace tres meses que no como más que sobras, y más de diez años que no como un ágape decente en compañía de familiares y amigos. Vago sobre la faz de la Tierra y no hay ningún lugar que pueda llamar hogar.

Esta noche dormiré bajo un árbol o un seto, sin techo que me cobije de la lluvia. Estoy cubierto de llagas, me duele la espalda y cuando hago aguas veo sangre donde no debería haber sangre. Mi corazón está más vacío que mi escudilla.»

Ramu se incorporó con lentitud, sin darse cuenta que a menos de veinte metros y una cuesta de distancia, oculto de sus perspicaces ojos, yacía el diamante más grande del mundo, y volvió la mirada hacia el húmedo cielo azul.

—Dios mío, qué mala suerte tengo —exclamó—. No te odio, pero me temo que no eres mi amigo, que no eres amigo de nadie.

Dicho aquello, Ramu se sintió algo mejor y reanudó su renqueante caminata tras detenerse a
recoger el trozo más largo del bastón roto. Mientras caminaba empezó a reprocharse la autocompasión que sentía y la desagradecida plegaria que había dicho.

—En realidad, sí tengo algunas cosas por las que sentirme agradecido —razonó—. Hace un día extraordinariamente bello, en primer lugar, y aunque he fracasado en muchos sentidos, sigo gozando de una vista excelente. ¿Qué sería de mí si fuera ciego?A fin de demostrarse la veracidad de sus palabras, Ramu cerró los ojos y siguió avanzando con el bastón roto extendido ante sí como si fuera ciego. La oscuridad era terrible, sofocante y confusa. Al cabo de unos instantes ya no sabía si seguía avanzando como antes o si, por el contrario, se estaba desviando e iba a precipitarse a la cuneta en cualquier momento. La idea de lo que podría sucederles a sus viejos y frágiles huesos a causa de una caída como aquélla lo atemorizaba, pero pese a ello, mantuvo los ojos cerrados y siguió avanzando a tientas.

—Esto es lo que te hacía falta para curarte de tu ingratitud, viejo amigo —se dijo—.

Pasarás el resto de tu vida pensando que sí, eres un mendigo, pero que al menos no eres un mendigo ciego, y eso te hará feliz.

Ramu no cayó en la cuneta, aunque sí empezó a desviarse hacia el lado derecho de la carretera al llegar a la cima de la cuesta e iniciar el descenso, y por ello pasó junto al enorme diamante que relucía en el polvo; su pie izquierdo pasó a menos de cinco centímetros de la piedra.

Unos treinta metros más allá, Ramu abrió los ojos. La brillante luz del sol estival inundó su mirada y pareció inundar también su mente. Con un sentimiento de júbilo contempló el cielo azul, los polvorientos campos amarillos, el camino por el que caminaba. Siguió con la mirada y una sonrisa el vuelo de un pájaro de un árbol a otro, y si bien no se volvió ni una sola vez ni vio el enorme diamante que yacía detrás suyo, lo cierto era que había olvidado las llagas y el dolor de espalda que lo atormentaban.

—¡Gracias a Dios por conservarme la vista! —gritó—. ¡Gracias a Dios por esto, al menos!

Tal vez vea algo de valor en el camino, una vieja botella que valga algún dinero en el bazar, o incluso una moneda; pero aunque no encuentre nada, veré muchas cosas. ¡Gracias a Dios por conservarme la vista! ¡Gracias a Dios por ser!

Una vez satisfecho, Ramu se puso de nuevo en marcha, dejando atrás el diamante. Dios alargó la mano, lo recogió y volvió a dejarlo en la montaña africana de la que lo había sacado.

Casi como idea de último momento (si es que puede decirse que Dios tenga ideas de último momento), rompió una rama de un árbol y la dejó caer en la carretera de Chan-drapur, al igual que había dejado caer el diamante.

—La diferencia estriba —explicó Dios a Uriel— en que nuestro amigo Ramu encontrará la rama, la cual le servirá como bastón durante el resto de sus días.

Uriel miró a Dios (en la medida en que alguien, incluido un arcángel, puede mirar ese rostro ardiente) con expresión insegura.

—¿Me has dado una lección, Padre?

—No lo sé —repuso Dios con aire inocente—. ¿Tú qué crees?"
 
Stephen King, Pesadillas Y Alucinaciones II

viernes, 18 de febrero de 2011

Delirios de fiebre 1.0


Se dejó caer.
En su interior, tal vez no quería, pero se dejó caer. Una fuerza fuera de los límites de lo comprensible la acabó enviando al vacío... no tan vacío.
Notó el viento azotar su cara y su cuerpo durante tal vez dos segundos, cuando notó el primer impacto de una roca punzante, el crujir de su cuerpo, un espasmo de dolor. Dos o tres más y se convertía en una especie de muñeco de trapo. Se podría haber doblado por cualquier parte, como si se tratara de un juego macabro.
Dos, tres, tal vez cuatro golpes. El último en la nuca, y notó el chasquido. Acto seguido, el agua. El agua casi congelada, casi devolviéndola a la vida por imposible que pareciera, el agua recordándole la existencia de alguna conciencia aparte, un mar que parecía no tener bastante fondo para ahogar su voz interior.
Y entonces desperté dando un salto sobre la cama, entre sudores fríos como el agua, casi escuchándola chocar contra las rocas por culpa del zumbido de mis oídos. Influenza y pesadilla, la muerte esta vez fue solo un sueño. Como Doraemon.

lunes, 14 de febrero de 2011

Be My Valentine.


Queridos amigos bloggeros o comosediga, hoy es San Valentín /TFTI.

Lejos de dar una lista de ideas de regalos para vuestros enamorados, lejos de aconsejaros colonias que huelen muy bien, lejos de hablaros de joyería de TOUS, y de todas esas cosas que me provocan arcadas, me reafirmaré en que soy, inevitablemente y como todos esperaban... una de esas románticas clásicas. Pero ojo, clásicas, de las que gustan de una carta y una flor, una caja de bombones, una tarjeta de esas grandes con luces y el politono de Unchained melody, una tarta realizada artesanalmente por un inexperto en cocina que acaba siendo una especie de pudding acuoso con sabor a flan, una cena que puede pasar de "capriccio de fromaggio di cabra" a "pizza del telepizza con forma de corazón" (no saben ya qué inventar), o, como no, un te quiero y un beso. -stop to SIGHT-

Enamorados, latin lovers, hoy os invito a reflexionar. Queréis a vuestras parejas pero...
¿las comprendéis?
¿las escucháis?
¿os ponéis en su lugar?
¿las queréis con sus defectos o tratáis de hacer la vista gorda?
¿les demostráis su importancia?
Porque no, amigos, no se demuestra dicha importancia eligiendo el polo más caro, la colonia de Chanel más pestosa ever, la pulsera de Tous más difícil de encontrar en el mercadillo de Cabo de Palos (gran lugar, por cierto), y cayendo en todos esos tópicos que pueden ser una alfombra roja y brillantona debajo de la cual esconder toda vuestra mierda durante unas 24 horas o con suerte algo más. 

¿Debería decir que no quiero nada por San Valentín? Yo creo que sería exagerar. A las mujeres, claro que no a todas, nos gustan las tonterías y las moñadas, qué os voy a contar, pero vomito (y no arcoiris) sobre todas esas parejas comprándose un montón de cosas para demostrarse su amor, cuando cualquier día sale el sol y se pone y sale la luna, cuando cualquier día se puede hacer (si es que se quiere). Porque a mí las obligaciones, y más en este terreno, me dan retortijones. ¿Qué esperamos del otro? ¿Qué esperará el otro de nosotros? De verdad, todo esto puede llevar a un verdadero disgusto, mientras me suena desde algún eco lejano... "Can't buy me looooove.. looooove, can't buy me looove... I'll buy you a diamond ring my friend if it makes you feel alright, I'll get you anything my friend if it makes you feel alright, Cause I don't care too much for money, money can't buy me love".
Y es que es verdad, si hay algo innegable es que ser un buen amante no tiene nada que ver con lo material (y gracias), de lo contrario todo es un teatrillo. Queda claro así que no estoy escupiendo sobre el consumismo, sino sobre la mentalidad de muchos que, de manera absurda, comprenden opulencia y dádivas como la receta del amor y la conquista, cuando por otro lado están fallando los pilares fundamentales. 

Sed clásicos, hombres. Carta cutre, rosa roja (o margaritas que a mí me gustan mucho), flor de papel si no teneis al floristero cerca, collar de macarrones, tarta-pudding, huevo frito con patatas fritas a la luz de una vela de ikea con olor a coco, o simplemente un "odio San Valentín porque siempre he sido un Forever Alone, pero te quiero"... Si no se conforman, no se merecen ni un segundo más de vuestro precioso tiempo. 
Ya que no me saco la canción de la cabeza os la dejaré también a continuación... Y que se joda el Corte Inglés.


viernes, 11 de febrero de 2011

Felicidad 1.5


Anda escribiendo una historia y borra,
borra las huellas de sus pies y sigue,
sigue hasta la colina más alta y baja,
baja a los infiernos más profundos y sonríe,
sonríe pues no hay premio que más le enorgullezca
que resurgir de sus cenizas como el ánima de un fénix,
que borrar pisadas y rehacer caminos
que encontrar la felicidad después de la tiniebla.

viernes, 4 de febrero de 2011

Enjoy the ride 2.0


Le describió aquella escena de tiovivos girando y girando, de risas de niños que coloreaban el cielo, del relinchar de las máquinas, de musiquillas repetitivas y alegres, del humo de los trenes, del color rojo como el de las amapolas, el de las rosas, el de las fresas. Le contó como el aire era templado y el azúcar estaba concentrado en él, como si las nubes de caramelo se pudieran respirar. Abría los ojos con sorpresa, y casi le parecía que su iris era de purpurina, fluorescente como una luna radiactiva, reflejando la felicidad propia de la más completa inocencia. Al fin y al cabo, podemos sentirnos así aun habiendo visto sangre, dolor, manchas, muerte.