Aquella tarde, en el diminuto espacio onírico que queda entre la vigilia y el sueño, vi su imagen atormentándome.
Era como una sombra sin nitidez, sin profundidad, un fantasma de ella.
No es que yo me quisiera dejar hacer, pero ella volvía y yo pensaba que quería acariciarme. Sin embargo, quería morderme, y desgarrarme, y ver mi sangre brotando como la suya, congelada, en sus venas. Yo quería resistirme, pero no me despertaba, sentía su dolor igual que el mío y mi boca tampoco me dejaba gritar, ni tan siquiera susurrarle a ella que estaba arrepentido. Me despertó, pellizcándome con rabia y gritándome:
<<Esos ojos no te miraban, te acogían.
Estos ojos no te lloran, te expulsan.>>
Hace tiempo sentía curiosidad por cómo sería mi entierro. Ahora no tengo ningún interés y en ese momento poco me importará.
ResponderEliminarEn la vida sólo tenemos una obligación... ¡VIVIR!
Ojos que acogen... Vida que llega.
ResponderEliminarSaludos y un abrazo.
Me encantó este texto. Expulsamos a alguien por los ojos pero también despues entran por ellos..
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