lunes, 23 de julio de 2012

Little Red Riding Hood.

 


Porque me hablaba y con sus palabras hacía una hoguera
donde, cuando quería, incineraba mis vísceras.
Porque me cogía las manos y las paseaba sobre su pecho,
quería que conociese nuevas texturas.
Porque sabía que yo no sabía y me gusta mi ignorancia,
se acercaba arrebatándome lo que me quedaba de mi espacio vital.
Y silbaba sigiloso como una serpiente entre mi ropa y me decía <<ahora, silencio>>
y si quería gritar me tapaba la boca. Pero no utilizaba las manos, sino los ojos, y yo... permanecía impávida, silenciosa. Hipnotizada.
Y mi cuerpo se convertía en una mesa bien puesta, con el mejor mantel y la mejor vajilla
donde sus cuchillos y tenedores me atravesaban la carne. Poco hecha, por cierto.
Pero el dolor era dulce y yo, con la cara de quien tiene miedo a descubrir que le gusta lo incorrecto,
sonreía ladinamente en mi interior sin dejárselo ver jamás, mientras mi respiración se entrecortaba y mis ojos veían sus hombros, grandes y fuertes, sobre el fondo del techo blanco de la habitación.

¿Le odiaba o le quería? Más me valía no confesar ninguna de las dos cosas.

2 comentarios:

  1. Está claro que le odiaba, pero muchas veces el odio implica amor y viceversa.

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  2. No sabremos si la odiaba o no, pero las cosas son como son, y las decisiones, también.

    Saludos y un abrazo.

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