domingo, 10 de octubre de 2010

Jailed.


Las risas y las luces empezaron a darme náuseas. Giraban en círculos frente a mí. Quise salir corriendo, la vorágine en el estómago se convertía en un agujero negro que empezaba a absorberme hacia mi propio eje. El sudor empezó a gotear desde mi frente y mis manos temblequearon mientras las dirigí a mi cabeza.
Ese olor, otra vez. Me removía las tripas.
Mi mente reproducía imágenes a la velocidad supersónica que caracteriza a un trauma, fotograma a fotograma aquello pasaba frente a mis ojos como un espejismo flotante. Y ellos lo pasaban bien, oía una algarabía sin sentido que empezaba a arañarme las sienes. No podía gritar, el nudo en la garganta empezaba a bajar y la nariz me dolía, los párpados se me cargaban, ardiendo. Y empezó a brotar, más roja que la sangre del resto, y más dulce, caliente. Me susurraron algo al oído pero no era capaz de escucharlo, solo la veía descender despacio, serpenteando en tu piel, frente a mí. Un momento que me castigaría con su repetición por los siglos de los siglos.
Y luego dicen que el infierno es un demonio que te pincha con un tenedor.

2 comentarios:

  1. Cuidado con la vorágine... O como dicen algunos en Telecinco "aborigen"

    Da un poco de respeto el texto. *.*

    ResponderEliminar